EL ÚLTIMO PIO-PIO DEL CAMPEÓN SIN CORONA
Probablemente sea mi
imaginación, pero hay veces que creo recordar a mi abuelo escuchando por radio
alguna pelea de box. Quizás el recuerdo se me confunda con sus relatos
apasionados sobre el match entre Luis Angel Firpo y Jack Dempsey, las hazañas
del Mono Gatica, Pascualito Pérez o más acá, Horacio Accavallo o el “Intocable” Nicolino Locche
Mis padres, para un
temprano cumpleaños, me regalaron un par de guantes y a la siesta, me refugiaba
en el zaguán de mi casa y representaba las legendarias batallas de púgiles que
mi niñez agigantaba a la estatura de modernos gladiadores. Sí, pertenezco a una
generación donde todavía era cosa de hombres subir a un ring para fajarse como
Dios manda, ¡y a quince rounds¡ Será por eso que uno de los lugares que quise
que mi tío Hugo me mostrara, cuando vine por primera vez a Buenos Aires, fue el
mítico Luna Park de Corrientes y Bouchard.
O será porque nací en
la tierra de Carlos Monzón y don Amílcar Brusa. ¿Cómo no acordarme del 7 de
noviembre de 1970, cuando en el Palazzo
Dello Sport de Roma, “El Negro” lo tumbó a Nino Benvenuti en el duodécimo
asalto? Todos nos abrazábamos y gritábamos como unos locos frente al televisor.
Unos días después fuimos a recibirlo en su entrada triunfal. Allí iba el
flamante Campeón del Mundo sobre un carro de los bomberos. ¡Y era nuestro! No
tengo memoria de tanta gente junta en las calles de mi ciudad.
Y exactamente un mes
después, en el Madison Square Garden, Ringo Bonavena se enfrentaba con Mohamed
Alí, no sólo uno de los pesos pesados más eximios del box sino un verdadero grande
en toda la historia del deporte.
Frente a un estadio
desbordante de público, sonó la campana y el crédito del Club Huracán salió a derrochar
guapeza y contra los pronósticos agoreros, aguantó toda la pelea. Si hasta en algún
momento del noveno asalto, abrigamos la esperanza de que pudiera vencer. Pero la
destreza y el arte del hombre de color prevalecieron y en el último round lo
mandó tres veces a la lona. Nada que hacer, se terminó por knock-out técnico.
Yo tenía cinco años y me puse a llorar. No sé que me daba más bronca, si verlo derrotado
a Ringo o al “Bocón de Lousiville” festejando con los brazos en alto.
Ringo, con su cara
cuadrada y nariz roma. Ringo, con su cuerpo de heladera y su voz de pito, perdió
sobre el cuadrilátero pero sin dudas que había ganado en la previa. En la
conferencia de prensa todo el tiempo le dijo “Clay” a un rival, que convertido a la fe del Islam, insistía en
nominarse como Alí. Tuvo el descaro de preguntarle por qué no había ido a la
guerra de Vietnam y después de repetirle varias veces “chicken” (gallina) y
cantarle burlonamente “pi-pi-pi”,
finalmente logró sacarlo de las casillas. Y cuando todo parecía que iba a
mayores, le dijo en un inglés macarrónico: “take it easy baby” (tómatelo con calma, bebé). No pudo
doblegarlo entre las cuerdas, es cierto, pero ya lo había sometido, y en su
propio juego, frente a las cámaras.
Luego de aquella velada
memorable en New York, Ringo Bonavena subió otras muchas veces al ring, pero
ninguna tan emocionante, tan llena de bravura e irreflexivo coraje como la de
ese diciembre de 1970.
El informe forense
dice que murió de un escopetazo en el pecho. Que el asesino fue un
guardaespaldas de nombre Willard Ross Brymer. Y que el homicidio sucedió en la
puerta del Mustang Ranch, un famoso
burdel de Reno, Nevada; regenteado por Joe y Sally Conforte.
Algunos dicen que
tenía un amorío con la mismísima Sally y que el propio Joe Conforte ordenó la
ejecución. Otros dicen que se había enredado con alguna de las pupilas que
trabajaban en el lugar para obtener la residencia y que el guardaespaldas, en
un ataque de celos, lo despenó a 20 metros. Algunos arriesgan datos sobre una supuesta
pelea con el jefe de seguridad del local y otros comedidos, hasta le echan la
culpa a una biaba que le habría dado al propio hermano de su asesino. Nada
importa. El caso es que a Ringo lo velaron en el Luna Park con un pecho lleno
de claveles. Más de 150.000 persona pasaron a dejarle su último adiós. Sus
restos descansan en el Cementerio de la Chacarita.
Un día como hoy, pero
de 1976, Oscar Natalio “Ringo” Bonavena entraba a la inmortalidad, alcanzado
por un destino trágico semejante al de Gatica, Galíndez y Monzón. Como boxeador
tuvo un record de 58 peleas ganadas, 9 perdidas y 1
empate. No fue un gran estilista pero fue siempre un gran corajudo. Fue un
campeón sin corona. Un niño en el cuerpo de un oso que le gustaba aparecer en
la tele para cantar el “Pío-Pío”.
© Pablo Martínez
Burkett, 2012
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