Ilustración de Carmen Rosa Signes
Y AL FINAL TENÍA RAZON
Ya'll think us folk from the country's real
funny-like, dontcha?
Captain Spaulding – House of 1000 corpses
Juan Torres coleccionaba despidos. Sólo le importaba la ginebra.
Odiaba a Wanda, su esposa. Pero más odiaba al hijo de ambos. En ese rencor había
mucho de miedo: estaba obsesionado con que el Nani era anormal. Razones no le
faltaban. Una noche, muy borracho, creyó ver al niño hablando con seres
invisibles mientras brillaba como una estrella. Sintió tanto terror que se orinó
encima. Postergó el apetito de degollarlo ahí mismo, total pronto se irían de
la ciudad. En la miseria, había aceptado pasar el invierno como casero del
establecimiento rural “La Vigilancia”, en el kilómetro 217 de la Ruta del Oeste.
Allí partió la familia. Quizás pudiera dejar el alcohol y terminar su novela.
Juan se consideraba un escritor injustamente postergado por la perfidia de los
editores.
El viaje fue
apenas menos atroz que el lugar. Clavada en un palo, los recibió una calavera
de vaca con unas guampas que, en su paranoia, Juan asoció con las propias. Siempre
malició que ese fenómeno de circo no era hijo suyo. Para peor, el cocinero de
la estancia no tuvo mejor idea que mostrarles el antiguo cementerio aborigen que
estaba tras la casa. De aburrido, el hombre les gastó una broma sobre los
espíritus de los indios ranqueles. Juan se rindió a sus pánicos y encontró la
excusa para recaer en la bebida. Con una copa de más, alucinaba confabulaciones
entre su hijo y los espectros, cuyo resplandor veía en todas partes. Sobrio, forcejeaba
con ideas para neutralizar el complot.
Una mañana se despertó
en medio del camposanto. En la nervadura de un árbol empezó a notar que se
multiplicaban caras de engendros y demonios. La horda siniestra codiciaba los
poderes del Nani y lo incitaba a matarlo. En el cobertizo cogió un hacha y de
camino a la casa, rumió un parlamento acusatorio. Wanda alcanzó a esconder al
niño, pero ella no tuvo tanta suerte y el golpe la partió al medio. El aullido de
la mujer hizo salir al pequeño del escondrijo y tomando un cuchillo de cocina, abrió
el vientre de su padre. Antes de morir, Juan tuvo tiempo de insultarlo: “maldito
bastardo”. El cocinero encontró al ahora huérfano, hablando solo, nimbado por una
extraña luminosidad.
© Pablo Martínez Burkett, 2012
El presente relato ha sido publicado en el # 123 de la Revista digital miNatura, dedicado a la obra de Stephen King.
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