En los pocos años que me quedan de vida sólo deseo tener ocasión
de una cosa: vengarme.
Sheridan Le Fanu
Los subalternos lanzaban apuestas. Con optimismo jugaban cervezas a favor de la primera sonrisa del DCI Nakasawa en mucho tiempo. Pero el jefe de la División Roja de Scotland Yard era incapaz de modificar la máscara que le petrificaba el rostro desde que su hija fuera convertida en vampiro. Sin embargo, los recientes resultados le habían aflojado el rictus.
Los meses de desconcierto, las estrategias inútiles, la falta de remedios eficaces parecían haber llegado a su fin. La batalla en el Servicio de Hematología Clínica del University College London Hospital había sido un éxito. O al menos, una esperanza para presentar ante la superioridad, siempre deseosa de exhibir logros políticamente redituables.
Aunque las noticias periodísticas magnificaron la cantidad de bajas enemigas y omitieron las propias, en el informe secreto no se pudo precisar un número concreto. Una vez vaporizados no quedaba rastro de los miserables pero los oficiales afirmaban haber dado caza a por lo menos una veintena de vampiros. Los fusiles de haces ultravioletas resultaron una arma efectiva. Luego del holocausto climático, el sol misérrimo ya no hería a las criaturas de la oscuridad. Era obvio que por el lado de la combustión llegaría el exterminio de las bestias criminales. Sobre todo, el exterminio de la princesa regente de la Hermandad de la Noche.
Ya que no podía rescatar a su hijita de tan espantoso destino, se consolaba imaginando el día que en que atraparan a Luana. Toda la fuerza policial tenía orden de capturarla con vida. El pretexto era interrogarla para desbaratar la peste de una vez para siempre. Pero el DCI tenía otros planes.
Al principio fue una intuición, más tarde una imagen cada vez más vívida. De un tiempo a esta parte, una obsesión. Días enteros se extraviaba imaginando un abanico de torturas. Espera que sea cierto que el agua bendita los quema. Confía en que los crucifijos los laceren. Pero por sobre todas las cosas, anhela recorrer su cuerpo con los haces ultravioletas. Experimenta un trance extático al figurarse la progresiva vaporización de los pies, las pantorrillas, las rodillas mismas. La siente aullar de dolor, maldecir en un idioma gutural. Ve las sienes retumbando de furia y dolor, sus ojitos asustados. La resignación por la inminencia del fin.
Pero el fin no llegará. Antes será minucioso, será cruel. Mientras quede porción corporal donde cebarse hará durar la agonía del monstruo. Porque ansía experimentar toda clase de perversidades. Quiere comprobar si es verdad que los vampiros cicatrizan las heridas. Piensa emplear las katanas del daimyō Hikone Nakasawa, el fundador de su clan, cuya armadura todavía venera. Mientras mejora los filos en una piedra, se representa los muslos de Luana como un campo arado de sangre. No descarta regarle las hendiduras con sal. Sólo por el gusto de ver qué efecto tiene. Nada desearía más que esos muñones calcinados retorciéndose como un pez fuera del agua.
¿Se regenerarán también los dedos arrancados? Atesora un alicate que espera emplear con las garras fatídicas. Y para los colmillos tiene un taladro eléctrico. Nada de delicadezas. Limarlos no es una opción. Necesita arrasarlos con devoción homicida. La misma que tuvo esa monstruosidad al arrebatarle a su hija, la luz de sus ojos, la adorada Ikito. Sabe que tendrá que acabar con la pequeña, aunque espera que otra sea la mano liberadora. Ikito… Ikito…
El nombre de su hija lo remueve de la alucinación siniestra. Sabe que la idea de asaltar el banco de sangre fue de la pequeña. Sabe que se hizo presente con su horda y hasta el cachorro de jabalí que tiene por mascota. Las autopsias revelaron que muchos de los policías muertos tenían dentelladas del animalito convertido. No obstante, esta es una información que no se liberó ni aún a los familiares de los caídos en acción.
El DCI Nakasawa también sabe que su pequeña ya estaría vaporizada si la pérfida Luana no hubiera comandado personalmente el contraataque hasta poner en retirada al batallón de operaciones especiales de la División Roja. Nakasawa siempre privilegió su herencia nipona por sobre los ancestros galeses y se ajusta al código de honor de los samuráis, la ancestral clase guerrera del Japón. Y más allá de todo, “eso” sigue siendo su hija. Y Luana, la que la convirtió en vampira, es la misma que le salvó la vida o lo que quiera que sea esta existencia abominable. Tiene una deuda de sangre con Luana.
Se le escapó una media sonrisa frente a esa conclusión. ¡Si sus subordinados la hubieran visto! El día que mate a Luana habrá deshonrado a su linaje. Completada su venganza, se abrirá las tripas hasta que la muerte lo sorprenda. No habrá lavado su honor pero al menos habrá evitado un futuro maldito.
© Pablo Martínez Burkett, 2014
Este es el décimo quinto capítulo de la saga "EL RETORNO DE LA CRISÁLIDA", que abre con el cuento del mismo nombre y que prosigue con (2) "Los ojos de Luana"; (3) “Tiempos mejores”; (4) “Frutos de la tierra nueva”; (5) "Fotos"; (6) "Venator"; (7) "Tu madre te ha dicho que no"; (8) "La otra plaga"; (9) "El inesperado John Gillan"; (10) "El color de la nieve"; (11) "Presagios de tempestad"; (12) "La perla de la noche"; (13) "Las llagas del Efecto Caldero"; (14) "Fait divers"; (15) "El sabor del futuro"; (16) "Un souvenir del infierno"; (17) "Primera sangre en Barrio Chino"; (18) "Los Hijos del Sol Negro"; (19) "La sombra de Madre"; (20) "La ordalía de John Gillan"; (21) “El día de la insensatez”; (22) "La estrella de la venganza"; (23) "El pérfido Doctor Wong"; (24) "El camino de la ira"; (25) "El dulce sabor de la sangre"; (26) "El destino de una mirada"; (27) "Gambito"; (28) "El llanto de Milena"; (29) "Un sordo clarín llamando a batalla"; (30) "Carte blanche" ; (31) "Sombra y fuego"; (32) "Una visita de cortesía"; (33) "Sobre el trono del dragón"; (34) "Un golpe de efecto"; (35) "Escarmiento"; (36) "El último concilio", (37) "Fiesta"; (38) "No es más que sangre" y (39) "El talismán".
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