Hospital Psiquiátrico de Santa Fe
EL CAMALEÓN DE BARRANQUITAS (*)
Yo soy un alegre mensajero como no ha habido ningún otro,
conozco tareas tan elevadas que hasta ahora faltaba el concepto para
comprenderlas.
Friedrich Nietzsche – Ecce homo
Se empezó a manifestar temprano. Al principio era una
curiosidad, pero pronto la novedad cedió a la preocupación. Con milimétrico
detalle y progresiva destreza, el niño era capaz de replicar todos los gestos
de otra persona. Ningún rigor fue suficiente para enderezarlo. Los cintazos de
su padre dibujaban la encarnada caligrafía de la impotencia. También lo
encadenaban al pie de la cama y el tipo igual se las ingeniaba para hacer el
numerito de circo. Los médicos no acertaban con el diagnóstico y quedó como un
caso raro de personalidad múltiple. Al llegar a la adultez, todo se agravó:
para el ojo normal era imposible hacer distingos con las imitaciones, salvo por
un hilito de baba. Nadie sabía qué hacer. Lo alojaron en el Psiquiátrico cuando
se pasó una semana espiando a una vecina. Estudiarla para lograr su mejor copia
era una forma desviada de quererla, pero la chica no quiso saber nada del homenaje y lo denunció. El juez tampoco
supo qué hacer y a pedido de la familia, lo institucionalizó. Lo etiquetaron como
“Trastorno psicótico atípico”, lo medicaron con generosidad y todos se
desentendieron del interno. Es probable que el tratamiento fuera efectivo
porque la intermitencia de los estadios se hizo más prolongada y en lugar de
meses, ahora se pasaba un par de años imitando a la misma persona. Como había
una alta rotación de personal, para la mayoría, Flores siempre fue un señor con
aspecto de oficinista que se pasaba todo el día pegado al alambrado pidiendo
cigarrillos, monedas o caramelos. Una mañana alguien gritó: “¡Se escapó el
Camaleón! ¡Está en la parada de ómnibus!” A nadie le extrañó, los controles en
la puerta nunca fueron muy rígidos. Con más urgencia que pericia se organizó la
captura y recios enfermeros lo metieron a la rastra mientras el pobre infeliz
chillaba que era una confusión, que estaba esperando el omnibus para ir a
trabajar. Lo confinaron con sedación como para dopar a un elefante y le
suspendieron la libertad ambulatoria. Mientras arrancaba el colectivo, un
hombre sentado en el fondo sonreía con una mueca horrenda. Con un pañuelo sucio
se limpió la saliva delatora. Volvía para Barranquitas. Estaba por cobrarse una
vieja afrenta.
© Pablo Martínez Burkett, 2019
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