PADRE DEL AULA Y AGUATERO DE LA PAMPA
Hace unos días venía por Florida con la habitual urgencia de una agenda
que no admite respiros. Entre llamada y llamada iba rumiando pensamientos casi
sin mirar a la gente que, inmersa en sus preocupaciones, reptaba como orugas. De
repente, me topé con una procesión por demás de estrafalaria. Todos llevaban
una suerte de túnica multicolor. La mayoría eran mujeres y los pocos hombres, muy
altos, rubios y de nucas rapadas. Hablaban y reían a las carcajadas. El idioma
era áspero y sonaba a alemán o algo así. En el centro marchaba quien presidía semejante
carnaval. De lejos parecía una niña de unos 10 años, con la cabeza un poco
desmesurada. Un abundante mechón cano le dividía en dos mitades el pelo
renegrido y peinado para atrás. Los ojos eran más bien saltones y había en su
andar una lánguida torpeza. A medida que me acercaba, comprobé que no era una chica
sino una mujer diminuta que abrazaba una escultura, más bien un busto, como los
que hay en los colegios o plazas. Imaginé que se lo había comprado a un mantero.
Al llegar frente a mí, la niña-mujer se detuvo y todo el cortejo hizo lo
mismo. Con reverencia, me exhibió la cabeza de yeso que, para mi sorpresa, ¡resultó
ser Sarmiento! En su lengua
indescifrable, se puso a cantar mientras estiraba
la manito y
con el dedo índice me tocaba la frente. Fue como si me hubiera sacudido un
rayo. Admito que es un disparate pero de alguna manera supe
que eran las estrofas del himno a Domingo Faustino: “la niñez, tu ilusión y tu contento / la que al darle el saber le diste
el alma”. Cada tanto, señalaba al Ilustre Sanjuanino, ponía la mano en paralelo al piso
a la altura de un infante en edad escolar y luego señalaba al cielo. Su cohorte
me rodeó y también se
puso a cantar. En el colmo de la locura, sé que era el final del himno: “¡Gloria y loor! ¡Honra sin par / para el
grande entre los grandes, / Padre del aula, Sarmiento inmortal!”. Después
se llamaron a silencio y siguieron caminando por la calle, como si nada. Antes
de que la perdiera en la multitud, la niña-mujer se dio vuelta y de modo
sancionatorio, me volvió a señalar al prócer y luego al cielo. Como de
costumbre, la gente que iba y venía no se dio cuenta de nada.
Suspendí todas las reuniones y me
hice revisar por un médico. Me quiere internar. Insiste con que tuve una
alucinación producto del stress, pero estoy seguro de lo que pasó. Leyenda
urbana o no, Sarmiento nunca me cayó muy simpático por aquello de regalar la
Patagonia o regar la pampa con sangre de los gauchos. Luego de este acto de
admiración extraterrestre, prometo releer “Civilización y barbarie”.
El 15 de
febrero de 1811 nacía Domingo Faustino Sarmiento, presidente de la República, escritor,
militar, docente y tenaz defensor de la educación pública y el progreso de las
ciencias, el arte y la cultura. Sin embargo, en muchos otros aspectos, tuvo una
posición ciertamente polémica.
© Pablo
Martínez Burkett, 2012
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