EL MATACHORROS
Hasta la gran roca, le dijeron. Andá hasta la vieja
roca que se desprendió del acantilado, y te vas a dar cuenta de que existe
realmente. Que no te mentimos, le dijeron. Allí se esconde en noches como esta.
Y sus caras no podían estar más expectantes, aunque el chico notó la complicidad
entre los adultos. Estuvo a punto de decirles que no, que no iría a adentrarse
en las arenas de la playa. No aquella noche, por lo menos. Y si no lo dijo fue
por temor a pasar por cobarde. Aunque lo cierto era que después del cuento que
había contado su primo más grande, el policía, ya no se animaba a alejarse
mucho de los faros encendidos del móvil.
O no te animás, le preguntó el compañero de éste
mientras apagaba su intercomunicador.
La noche le resultaba perturbadoramente negra. Todo
parecía perderse en ella. ¡Qué lejos le quedaba el examen de matemática al día
siguiente! Si apenas hacía poco más de un siglo, o siglo y medio, que lo habían
pasado a buscar a la casa con el patrullero. Estuvo estudiando toda la tarde, así
que no le pareció mal a su madre que saliera con su primo una horita durante su
descanso. Sabía lo mucho que le gustaban los uniformes y las sirenas. Pero si
le hubieran dicho que era para hacerle la chanza de contarle aquella vieja
historia que inventaron los milicos, ahora mismo estaría en su habitación
estudiando.
Claro que me animo, respondió sin saber muy bien por
qué. Pero algo en el azul de su primo le imprimió valor. Y hacia la gran roca
fue, luego de darle un fuerte abrazo a su primo que lo tomó por sorpresa. Apuró
los primeros pasos para imprimir coraje, mientras que desde atrás escuchaba sus
gritos. Que el Matachorros existe
realmente, oyó que decía el otro, con colmillos, garras y todo. Pero él jamás
pensó en detenerse.
—Tenías razón —le susurró su compañero de guardia,
mientras el chico se internaba más y más en la oscuridad de la playa—. Se animó
finalmente. Pero los cien pesos de la apuesta no te los pienso pagar —y ambos se
rieron de aquel nene de mamá que jugaba a ser valiente, a medida que lo fueron
perdiendo de vista en la profundidad de la noche.
El descanso de su patrullaje sucedía tal como lo
habían planificado. Hasta que oyeron el disparo que vino de adelante y, por
puro reflejo, se llevó la mano hacia el estuche donde antes del abrazo tenía su
arma reglamentaria.
© Ignacio Román González
Ignacio Román González nació el año 1985 en la
ciudad de Punta Alta. Su formación académica la realizó en Bahía Blanca, donde
residía al momento de publicar su libro de cuentos Perspectiva modelo (2011. Ediciones de La Cultura). Ha resultado
ganador de la primera edición del concurso Premio Planeta Digital, con el
cuento ¡Alte killer!, del cual se
publicó una antología con los finalistas (2012. Editorial Planeta). En el año
2013 obtuvo el tercer puesto en la VII Edición del Concurso Provincial Haroldo
Conti, organizado por la Biblioteca Provincial de la Provincia de Buenos Aires.
Sus cuentos han sido publicados en diferentes antologías, medios virtuales y
gráficos, y una obra suya ha sido adaptada para la televisión digital abierta.
Hoy reside en la ciudad de Viedma, Río Negro.
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