Foto del autor con un meteorito en el Planetario Hayden en el Centro Rose para la Tierra y el Espacio del Museo Americano de Historia Natural
EL METEORITO
Nuestras
más ligeras contemplaciones del cosmos nos hacen estremecer: Sentimos como un
cosquilleo, una voz muda, una ligera sensación como de un recuerdo lejano o
como si cayéramos desde gran altura.
Carl
Sagan
Yo vi llegar el
hombre a la Luna. Desde el Sputnik que nos acostumbramos a vivir con la mirada
en las estrellas, pero ahora la conquista del espacio ya no era una utopía.
Tenía una carpeta con recortes y podía describir las fotos como si hubiera
estado ahí. Mi tía era amiga de Ángel Meynet del Centro Observadores del
Espacio y me llevó a las conferencias sobre sus viajes a Cabo Kennedy para el
lanzamiento de la Misión Apollo 11. Como muchos, yo quería ser astronauta, pero
vivía en un país periférico, en el extremo del subcontinente y me tenía que
conformar con mis sueños con forma de serie de ciencia ficción. Además, padecía
un extraño tipo de leucemia y mi destino inmediato no estaba en el cielo. No
precisamente. Por eso cuando dijeron que traían un meteorito me apresuré a ir.
Se trataba de un fragmento encontrado en el Campo del Cielo. Era lo más cerca
que iba a estar del espacio. No hay palabras para describir mi emoción. Ahí
estaba un objeto que flotó por la galaxia durante millones de años. Lo imaginé
como una piedra y era más un pedazo de hierro renegrido. Aunque había un cartel
de “prohibido tocar” me las ingenié para apoyarle las manos. Sentí que me
atravesaba un rayo. Todo se me dio vueltas: veía sonidos, oía colores, sentía
olores. Apenas audible primero, con una urgencia alucinante después, fui capaz
de percibir el latido del Universo. Salí del Museo Ameghino como borracho.
Pensé que iba a ser la experiencia más intensa de mi cortísima vida. Pero
faltaba más. Cuando fui a hacerme el próximo control me repitieron varias veces
los exámenes. Pensaron en un error de los reactivos, quizás alguna confusión en
las muestras de sangre. Pero no, estaba curado. Los estudios así lo
confirmaban. Mi familia multiplicaba las misas y agradecía al Dios del Cielo.
Pero yo bien sabía de qué cielo provenía este milagro. Dicen que de noche
brillo con reflejos tornasolados. No me extraña: con sólo cerrar los ojos puedo
ir hasta cualquier punto del universo. Conozco cada detalle del confín más
remoto. Me extravío por nebulosas y persigo cometas. Me enternezco con el ocaso
de una estrella y desafío a los agujeros negros. Pronto no habré de regresar.
Ahora, ahora soy inmortal.
© Pablo Martínez
Burkett, 2019
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Querido Pablo: me encantó el cuento. Esperamos más de estas emociones(tus lectores). David Zadu
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura, oh Magnífico Regente del Planeta Zadu. Abrazo.
EliminarTu cuento me ha emocionado, Pablo. Podría tener dos lecturas: al tocar el meteorito se curó. O al tocarlo se murió y se hizo uno con el universo.
ResponderEliminarQuerida Blanca: muchas gracias por tu glosa. En rigor de verdad, no soy muy afecto a las interpretaciones por el autor. Las lecturas son múltiples como múltiples los lectores. Pescamos con palabra lo que no es palabra y en umbría oquedad de la no-palabra es donde sucede el diálogo secreto entre el autor y el lector. O en todo caso, la llamada concretización entre el hecho artístico creado por el autor y el hecho estético recreado por el lector. Un beso grande.
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